En el año 2003, por iniciativa de un grupo de maestros jubilados de Bogotá, se creó la Asociación Nacional de Educadores Pensionados: ANEP.
Sentimos la necesidad de agruparnos nuevamente, porque al salir de la nómina del Distrito, automáticamente nos desafiliaban de la ADE. En una asamblea realizada en el teatro del Colegio Champagnat, más de 250 asistentes, ratificaron su creación.
El primer problema que se tuvo que afrontar fue la consecución de una oficina. Nuestras cooperativas, siempre tan solidarias, nos permitieron compartir con la Federación Nacional de Cooperativas del Sector Educativo Colombiano: FENSECOOP, una vieja casona, en la calle 39B, con Carrera 22. Posteriormente, la Federación encontró un nuevo espacio para funcionar y nosotros en nuestro plan de austeridad alquilamos un primer piso en una casa de la calle 41 con carrera 22.
Poco a poco fueron llegando nuevos afiliados del distrito, 200, 400, 600… No teníamos espacios disponibles, fuera de los que habitualmente nos prestaba nuestra cooperativa: CODEMA, para las asambleas, las fiestas, celebraciones o las conferencias sobre temas de interés.
Surgió la idea en el 2010 de comprar una casa en el sector de Teusaquillo, que permitiera programar nuestras actividades con mayor autonomía. Se acordó recortar gastos extras e ir guardando un ahorro. Se nombró una comisión que en el 2011 presentó una propuesta, para la compra de una casa situada en la Cra.17A No. 37-34. La Junta en pleno la visitamos y nos pareció conveniente, adquirirla. Su valor $320.000.000. Teníamos unos ahorros de los años anteriores por $60.000.000 que podríamos aportar como cuota inicial. En el 2011, ya teníamos 650 afiliados consolidados del Distrito capital, 72 afiliados de Cundinamarca, 99 de Yopal y 60 de Medellín y 29 de Sucre, luego podíamos buscar el crédito.
Acudimos entonces a la Cooperativa Financiera: CONFIAR, donde se encontraron viejos amigos cooperativistas, a quiénes sustentamos nuestra propuesta. Teníamos algo ahorrado, más lo que estábamos recibiendo de la FIDUPREVISORA mensualmente. Nos permitieron abrir una cuenta con $27.000 y se firmó un pagaré, el No. 33, que respaldaba un crédito por $260.000.000 a 84 meses. Pagábamos mensualmente un promedio de $5.950.000, que CONFIAR, descontaba directamente de nuestra cuenta. La Junta directiva aprobó, pagar el crédito con el recaudo que recibía Bogotá. En la practica el Distrito Capital, pagaba el 90% de la cuota mensual del crédito. El resto de lo que se recibía permitía, girarle a las Subdirectivas el 70% de sus aportes, pagar la Secretaria, la Contadora, la persona del aseo, los servicios públicos, los arreglos que inicialmente se tuvieron que hacer a la casa, el amueblamiento, el impuesto predial, la publicación trimestral OTOÑO, la afiliación y cuota mensual a la Confederación Colombiana de Pensionados (CCP), el hosting de la página Web y las actividades, que periódicamente se programaban. Fueron años muy austeros, pero poco a poco salimos adelante, con la esperanza de tener una sede propia. La ayuda no se hizo esperar, CANAPRO, CODEMA y la ADE, acudieron con su colaboración
La casa indudablemente facilitó la programación de actividades como cursos de manualidades (macramé, tejido wayú, pintura), tertulias literarias, cursos de inglés, francés, informática (con los que aprendimos a comunicarnos a través de los correos y página web), o simplemente permitía el encuentro en la sede para tomarnos un “tintico” y hablar con los viejos amigos y amigas en la cafetería, que se adecuó para ello. Era también agradable ver a los que se citaban para compartir los partidos de fútbol televisados.
Qué interesante sería, que nuestros representantes distritales en la Junta Nacional, presentaran en la próxima Asamblea Nacional de Delegados, una proposición en donde, se reconozca el esfuerzo que los maestros pensionados de Bogotá hicimos para tener el sitio que hoy, compartimos con la Directiva Nacional.
La invitación es a que volvamos a nuestra sede, después de esta larga cuarentena, a encontrarnos, a compartir anécdotas, tristezas, experiencias y especialmente alegrías. A compartir nuestros escritos y valorar lo que otros escriben en el taller literario. A aprender nuevas manualidades, idiomas, yoga y no sé qué, otras actividades, que muy seguramente nuestras ingeniosas directivas de Bogotá, nos tienen preparadas.
CUANDO PENSAMOS EN GRANDE Y UNIDOS…. HACEMOS UNA REALIDAD LOS SUEÑOS COLECTIVOS ¡!!